
Entre las laderas de una ciudad color ladrillo nace una pequeña comunidad, en su mayoría compuesta por personas que venían de otros lugares del país huyendo de la pobreza y la guerra, se les veía llegar todos los días con sus vidas empacadas en maletas, con la incertidumbre del futuro y sus hijos a cuestas, poco a poco y con los limitados recursos que tenían fueron construyendo refugios seguros donde huirle al sol inclemente o las torrenciales lluvias, así se fue construyendo un barrio entero, en esas laderas olvidadas de una gran ciudad, en esas laderas donde las carencias eran evidentes, donde los sueños pocas veces se cumplían, pero donde abundaba el talento, las buenas intenciones y los grandes seres humanos.
Todo el tiempo se podían ver niños corriendo de lado a lado, jugando con muñecos rotos o fabricados con harapos, en realidad nunca importaba el juguete para eso se tenía una gran imaginación y podían transformar esas calles polvorientas, esas casas de madera y esos pequeños parques en grandes castillos con dragones, corceles, príncipes y princesas, no había límites, podías incluso volar y tocar las estrellas.
Y aunque este lugar a simple vista carecía de belleza, también tenía su magia, se podían ver las montañas cubiertas de un hermoso verde, se podía ver y escuchar a los pájaros cautivando con sus danzas y bellas melodías, se podía ver el cielo en el día cubierto de majestuosos colores y en la noche las imponentes estrellas y las luces de la ciudad bajo la ladera cautivaban a quien las viera.
Hace muchos años no recorro sus calles, pero en este lugar crecí, en este lugar aprendí lo dura y maravillosa que puede llegar a ser la vida.
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